sábado, 15 de agosto de 2020

La tumba de Pedro Casaldáliga y su epitafio

  Esta es la tumba del "Obispo de los pobres", de pies descalzos y mitra de paja, enterrado en el cementerio de los indios Karajá, a orillas del río Araguaia y mirando hacia las fazendas, como signo de denuncia a la cruel violencia del latifundio que esclavizaba a los poseiros, a los sin-tierra y a los indígenas del Amazonas y contra la que tantos años luchó.
«La muerte de Pere Casaldàliga es momento para seguir soñando, para seguir apostando por las causas que marcaron su vida, sí, por esas causas que él siempre dijo que valían más que su propia vida. De hecho, la fe en el Dios de la Vida de alguien que siempre fue amenazado, perseguido, que vio cómo muchos de sus compañeros de luchas y utopías fueron cayendo, víctimas de quienes apostaban y continúan apostando por una economía que mata, que destruye la vida de la Amazonía y de sus pueblos, debe ser un motivo para seguir caminando». (Red Eclesial Panamazónica)


     Pere Casaldàliga ha sido enterrado este miércoles, 12 de agosto de 2020 en São Félix do Araguaia (Brasil), prelatura de la que era obispo emérito. Sus restos descansan bajo un árbol de pequi, a la orilla del río Araguaia, tal y como el había solicitado en uno de sus poemas y había manifestado a sus allegados.
La zona pertenece al cementerio de los indios Karajá, que fue creado en el lugar donde eran
arrojados los cuerpos de los campesinos e indígenas que se resistieron a la invasión de sus tierras, un hecho que fue denunciado por el religioso catalán. El propio Casaldáliga enterró allí a cientos de campesinos e indígenas “muchas veces sin nombre y casi siempre sin ataud”.
“Allí, bajo un árbol de pequi, símbolo de la cultura regional, y a pocos metros del río Araguaia, campesinas, campesinos, pescadoras, pescadores e indígenas cumplirán el deseo que él les expresó y descansará para siempre”, ha detallado en una comunicación la Associació Araguaia.
Enterradme en el río / cerca de una garza blanca. / Lo otro ya será mío/ Y aquel corriente libre / que yo, pasando, pedía,/ será patria recuperada. / El éxito del fracaso. / La gracia de la llegada. / La sombra-en-cruz de la vida / bajo este sol verdadero / tiene la medida exacta / de la paz de un muerto... / ¡Y el tiempo es eternidad / y toda ruta ya es puerto!”, rezaba uno de sus poemas.
Antes de darle sepultura, se ha celebrado la última ceremonia de despedida, con el cuerpo presente del obispo en el centro comunitario ‘Tía Irene’ y un cartel que rezaba “viva la esperanza” detrás del altar. El sacerdote que ha presidido la ceremonia se ha referido al claretiano catalán al inicio de la celebración como el “obispo de los pobres y el profeta de la esperanza”. Al acabar la eucaristía su féretro ha sido trasportado por varios feligreses hasta el cementerio.
Su féretro ha reposado sobre una canoa indígena de los Karajá con redes. Junto al ataúd también había un sombrero de paja que reemplazó a la mitra de obispo, un remo que hizo las veces de báculo y un cirio pascual como símbolo de la fe en la resurrección. También había una imagen de la hermana Irene Fransceschini, que fue la encargada del archivo de la prelatura durante 40 años y da nombre al local donde se ha celebrado el velatorio, y de la hermana Veva, que residió 50 años en el río Araguaia junto a los indígenas. 


Quiso que se excavase su tumba en el cementerio de los excluidos, frente al río Araguaia. Era el cementerio de los sin tierra, de los que casi no tenían sitio para enterrarse.
Sus últimas voluntades son sencillas, como su vida entera. Un epitafio en forma de poema. Lo lógico en un poeta del fuste de Casaldáliga. Y una simple tumba, sin ostentación alguna, en un cementerio abandonado y cubierto de zarzas y matojos.
En el estribillo del poema dedicado a su epitafio y titulado "Cementerio de sertao" enumera los elementos esenciales de su descanso eterno: la cruz de palo, la lluvia y el sol, los siete palmos de tierra preceptivos para enterrar en Brasil, y la Resurrección.
En la segunda estrofa sigue resonando el grito de la tierra para los sin tierra en un país de enormes latifundios. Por eso proclama que ese derecho a la tierra no se podrá detener ni con dinero ni con alambradas, porque los pobres también tienen facas. Las armas de la no violencia activa, con la que defienden sus derechos. La no violencia activa que son los brazos de los pobres que rodean cielo y tierra.
Y en la última estrofa añade al grito de la tierra el de la libertad. No basta tener tierra. Los pobres exigen tierra y libertad. No hay una sin las otra ni otra sin la una. Dos derechos que se exigen. No como si se pidiese limosna ni como si los pobres tuviesen que comprar lo que les pertenece. Porque en el reino del diablo-dinero, los pobres no se venden y los ricos, por muy podridos que estén de dinero, nunca podrán comprar a Dios.
Ese epitafio-grito por el derecho a la tierra quiso Casaldáliga que apareciera en su tumba situada en un cementerio abandonado a las afueras de la ciudad de Sao Felix. Era el cementerio de los sin tierra, de los que casi no tenían sitio para enterrarse. En aquella época en la que morían los niños por decenas y sus padres los enterraban en cajas de zapatos.
En este cementerio de los excluidos sólo quedan unas cuantas cruces y tumbas sin nombre. Muertos desconocidos, condenados en vida a la esclavitud de la falta de tierra propia y, en la muerte, al olvido. Nadie los recuerda. Nadie les lleva flores. Nadie los llora.
El deseo de Pedro se cumplió, descansa en el cementerio de Karajas
Él quería justicia, quería abundancia, quería alegría, vida plena para todos y para todas. No importa la raza, no importa el sexo, no importa la cultura, no importa la religión.
Se convirtió en un peón con los peones, se hizo indio con los indios, se hizo solidario con los que Dios se solidarizó, los abandonados, los excluidos, los esclavos.
Pedro fue un místico, "arraigado en la tierra, en la humanidad y en Dios", alguien libre, valiente, inspirado, de vida sencilla y despojada, que caminó por los caminos del Evangelio de los pobres.
Descansar eternamente en medio de los que han marcado su vida, los que no lo cuentan, los que el mundo ha colocado fuera de la historia. El deseo de Pedro se cumplió, descansa en el cementerio de Karajas, a la orilla del Araguaia, que mojó sus pies durante más de 50 años, allí donde siempre fueron enterrados los sin nombre, allí donde siempre soñó en quedarse para siempre, en medio de un peón y una prostituta. Y quiso “para descansar, una cruz de palo, con lluvia y sol”. (vv fuentes. principalmente religiondigital.org)



Cementerio de sertao
POEMA-EPITAFIO
(Pedro Casaldáliga)

Para descansar
eu quero só
esta cruz de pau
com chuva e sol,
este sete palmos
e a Resurreiçao!

Mas para viver
eu já quero ter
a parte que me cabe
no latifundio seu:
que a terra nao é sua,
seu doutor Ninguém!
A terra é de todos
porque é de Deus!
Epitafio escrito por el propio Don Pedro a máquina
 en un folio, que conservaba su ex vicario general, 
el agustino Félix Valenzuela.

Para descansar...
Mas para viver,
terra eu quero ter.
Com Incra ou sem Incra,
comn lei ou sem lei.
Que outra Lei mais alta
já a Terra nos deu
a todos os probes
sem voz e sem vez;
que os filhos da gente
sao gente também!

Para descansar...

Mas para viver,
terra exijo ter.
Dinheiro e arame
nao nos vao deter.
Mil facoes zangados
cortam para valer.
Dois mil braços juntos
cercam terra e ceu.

Para descansar...

Mas para viver,
terra e liberdade
eu preciso ter.
E nao peço esmola
nem compro o que é meu.
A Sudam e o diabo
podem se vender:
gente nao se vende,
nem se compra Deus!

Para descansar...

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