Dentro de los nombres hipocorísticos, es decir, los
apelativos afectuosos con los que llamamos a nuestros familiares y a la gente
que queremos, algunas derivaciones son obvias. Otras no tanto. Hacer de una
Rosa una Rosita, o de un Manuel un Manolo no ofrece mucho misterio. Pasar de
Manolo a Lolo exige ya recordar que para las lenguas infantiles la
pronunciación de una palabra entraña muchas dificultades. No le puedes pedir a
una criatura que pronuncie correctamente “Leopoldo” o “Manolo” y de ahí se
derivan, respectivamente, Polo y Lolo.
De Juan Antonio, Juanan. De Manolo, Lolo. De Javier, Javi. Y
de José... Pepe. Aunque no parezca que el apelativo tenga mucho que ver con el
nombre del que procede, todo tiene una lógica.
El día de San José, instaurado por primera vez por el papa
Sixto IV en el siglo XV, rinde homenaje a los «Pepes» y, en algunos países,
también a los padres. De hecho, la primera teoría sobre la derivación en este
hipocorístico viene de este sentido. ...
Como San José era el padre putativo de Cristo, en los misales aparecería como «Sanctus Josefus Pater Putativo Christi» y, habiendo sido abreviado «Pater Putativo» en «P. P.», la gente leía «Sanctus Josephus, P.P. Christi». Después de aquello, que el nombre de José acabase derivando en «Pepe» ahora parece plausible.
Como San José era el padre putativo de Cristo, en los misales aparecería como «Sanctus Josefus Pater Putativo Christi» y, habiendo sido abreviado «Pater Putativo» en «P. P.», la gente leía «Sanctus Josephus, P.P. Christi». Después de aquello, que el nombre de José acabase derivando en «Pepe» ahora parece plausible.
El caso de Francisco y Paco es similar. En este caso, a Paco
se le relaciona con San Francisco de Asís, fundador de la Orden Franciscana.
Los monjes se dirigían a él como Pater Comunitas, de ahí que surgiera la
abreviatura de Paco.
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