- Carta Encíclica del Papa Francisco sobre el cuidado de la casa común (Laudato si ´)
Las manifestaciones de protesta son importantes pero insuficientes. Como la fiebre, son una alarma pero no un medicamento. Si aplicamos esto al drama ecológico, deberemos reconocer que, en este caso, la medicina es muy difícil de administrar. Hoy no resulta pesimista afirmar que, humanamente hablando, el planeta ya no tiene solución. Aunque en teoría, podría tenerla.
Pero esa
recuperación (que ya no sabemos si podrá ser plena) necesita medidas urgentes y
muy costosas. Y sería hipócrita pretender curar un cáncer con
paracetamoles.
1.
¿Austeridad? En
situaciones de crisis se recurre a una palabra mágica: austeridad. Pero
experiencias recientes nos recuerdan cómo, en la pasada crisis, la austeridad
fue solo para los más pobres, mientras se buscaba la prosperidad de los más
ricos. Habría que hablar más bien, de austeridad “proporcionada”.
Y aquí
comienzan los problemas. Porque, vistas las diferencias que hay en nuestro
planeta, eso significa: unas medidas durísimas, para todos los
multimillonarios y superricos. Unas medidas bastante serias para los
simplemente millonarios. Una austeridad normal, con algunas diferencias, para
las llamadas clases medias. Y una austeridad mínima para los más pobres:
austeridad casi más de deseos que de realidades. Veamos algunos ejemplos de esa
austeridad:
Urge acabar
rápidamente con la energía procedente del carbón y, poco a poco, con la
nuclear. Hay que promocionar todas las energías renovables, que no son baratas.
Pero es muy comprensible que los países que viven del carbón se nieguen a
abandonar ese medio de vida, si no se les compensa justamente.
Hay que
acabar también con todo el esfuerzo y dinero dedicados a fabricación de armas y
a la carrera armamentista. Y con la injusticia de que unos se crean con derecho
a poseer armas nucleares, mientras niegan ese derecho a los demás, con la
excusa egoísta y simplista de que ellos son “los buenos” de la película de la
vida, y los demás son “los malos” (como argumenta por ejemplo EEUU respecto a
Turquía o Israel respecto a Irán).
Es necesario
reducir al mínimo indispensable el uso de los plásticos, tan cómodos, tan
sencillos, tan prácticos…
Quedan más
ejemplos en esa misma dirección (pensemos en el transporte o la gestión del
agua…). Pero los citados son suficiente para provocar el comentario: “eso es
totalmente utópico”. Y la respuesta lógica: precisamente por ello, es imposible
salvar al planeta.
Este duro
diagnóstico se confirma por lo que avisó St. Hawking poco antes de morir y por
lo que se dice que están intentando los listillos de turno: mirar de arreglar
Marte para trasladarse a vivir allí. Para eso sí que habría dinero: para
“terrificar” Marte después de haber “martirizado” la tierra.
2. ¡Propiedad! Queda una
segunda parte: estamos ante una de esas medicinas carísimas que no hay
seguridad social que las pague. ¿Cómo financiarla? Simplemente: despojando de
toda su fortuna robada a los pocos multimillonarios y bastantes millonarios del
planeta tierra. Recuperando la verdadera ética de la propiedad que sostiene
que el derecho de propiedad privada se extiende solo a aquellos bienes que uno
necesita para llevar una vida sobria y digna. Todo lo que pase de ahí es
simplemente robo. Cada persona puede tener derecho a una (o hasta dos)
viviendas. Pero a cinco mansiones de lujo (en París, New York, Tokio…), a eso
nadie tiene derecho.
Es ya viejo
el proverbio de Juan Crisóstomo: “todo rico es ladrón o hijo de ladrón”. Y hoy
ha ganado vigencia en vez de perderla. Debería existir un límite máximo legal de propiedad
(supongamos, a modo de ejemplo: medio millón o un millón de dólares). Y luego
despojar de todo cuanto pase de ahí (y que ya no es suyo) a esos figurones con
decenas de miles de millones, enaltecidos en las listas de Forbes. Así
surgirían centenares de miles de millones, que ayudarían a financiar ese
programa tan duro. ¡Eso sí que sería verdadera austeridad!
En todo
caso, la misma tierra nos está confirmando el diagnóstico de Ignacio
Ellacuría:” la humanidad solo tiene solución en una civilización de la
sobriedad compartida”. Pero casi la mitad del planeta no está dispuesta a eso.
3.
Autoridad. Y eso
reclama una verdadera autoridad mundial, en vez de ese fantasma de buena
voluntad llamado ONU. Una autoridad indispensable para que la llamada globalización
no sea una camuflada ocupación; y que, además, tenga reservado todo el uso de
la fuerza que campa a sus respetos por el planeta. Una autoridad democrática y
responsable.
Curiosamente
recuperaríamos así todo lo perdido de los valores de nuestra Modernidad. En
contra de lo que creemos, no somos hijos de Kant o Hegel, sino más bien de
Hume, Locke y esos autores que configuran el llamado “individualismo posesivo”
(C. B. MacPherson).
La
Ilustración declaró con razón la llegada del ser humano a la “mayoría de edad”.
Pero la mayoría de edad nunca significó mecánicamente una etapa de mayor
calidad humana, sino una etapa de mayor responsabilidad, precisamente porque se
dispone de más libertad. Y nuestro género humano parece haber alcanzado su adultez conservando una
clara minoría de edad en cuanto a categoría humana.
Si fuésemos
aún “menores de edad”, los obispos podrían, por ejemplo, “proponer rogativas”
para pedir al cielo que nos arregle el desastre cometido. Pero quienes no creen
en Dios, y quienes creen adultamente en Dios, saben que Dios no interviene en
este mundo como si fuera una causa interior a él. Simplemente lo creó y lo puso
en nuestras manos para que lo cuidáramos y lo fuéramos haciendo habitable allí
donde era inhabitable.
Se discutirá
hasta el fin de los tiempos si existen o no los milagros. Pero lo claro es que,
si existen, nosotros no tenemos ningún derecho a exigirlos. Cuando el hijo
pequeño tira un plato al suelo y lo rompe, los papás recogen los pedazos y
limpian el piso. Pero cuando hace eso un hijo adulto, es él quien debe
arreglarlo. En todo caso: si Dios existe, no está para resolver Él nuestros
problemas sino para darnos la luz y la fuerza necesarias para resolverlos
nosotros. Y esa luz y esa fuerza pasan por las medidas antes evocadas.
Ojalá pues
no debamos terminar pidiendo perdón a nuestros hijos y nietos por el desastre
que les dejamos en herencia. Porque también es ley histórica que, cuando
hacemos todo lo posible, muchas veces aparece una solución inesperada.
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