Si existe Dios y dicen que es bueno y
todopoderoso… ¿por qué no impide el mal en el mundo?, ¿por qué sufrimos? Nos
encontramos ante el problema del mal, nunca completamente resuelto. Pero si
quieres investigar un poco más, si no te vale cualquier respuesta, con este
vídeo puedes seguir buscando.
1. ¿Ha creado Dios el mal y el sufrimiento?
Dios es
Bueno, inmensa e infinitamente Bueno. En cuanto Bueno, creó cosas buenas.
Entonces, ¿dónde está el mal y de dónde proviene? ¿Cómo encaja el mal dentro de
un universo creado y ordenado por Dios?
Quizá, antes
de preguntarnos por el origen del mal, deberíamos preguntarnos por su
naturaleza, es decir, ¿qué es el mal? Esto es lo que hace san Agustín, y llega
a la conclusión de que el mal no es. El mal, explica, es la ausencia de bien. Y
si el mal no es, ya no es preciso discurrir sobre la procedencia de algo que no
es.
2. Si Dios no ha creado el mal, ¿de dónde
procede?
Lo primero
que hay que hacer es distinguir entre el mal moral y el mal físico, es decir,
entre el mal causado por nosotros mismos y el mal cuya causa está en la
naturaleza.
De manera
que el origen del mal moral está en nuestra libertad, o, mejor dicho, en
el mal uso que hacemos de nuestra libertad, y es, por tanto, responsabilidad
nuestra. Aquí podemos hablar del terrorismo, de las guerras, del hambre en el
mundo; y también del egoísmo, de la envidia, del odio, de la incomprensión, y
de un larguísimo etcétera.
El origen
inmediato del mal físico es la naturaleza. A veces de ciertos fenómenos naturales se deriva
destrucción y sufrimiento. Dichos fenómenos naturales se derivan de las leyes
físicas y son necesarios para que el universo físico mantenga su equilibrio. En
sí mismos no podemos decir que sean malos.
Sin duda
alguna, el mal más profundo es el que tiene su origen en el corazón del
hombre. La prueba más evidente está en el hecho de que se puede sufrir y
ser feliz. Sin embargo, no se puede ser malo y auténticamente feliz. La
enfermedad, la muerte, las desgracias espantosas causadas por catástrofes
naturales son, ciertamente, una fuente inagotable de sufrimientos. Pero el mal
que tiene su origen en el odio, en la envidia, en la crueldad, ese mal que sale
del corazón es lo que ahoga la vida del ser humano y lo que se hace más
insoportable.
3. ¿Podemos sacar algún bien del
sufrimiento?
Hay quien
sostiene que el mal y el sufrimiento son necesarios para que podamos madurar y
para que podamos apreciar las cosas buenas de la vida. ¿Puede una persona que
nunca ha sufrido alcanzar la madurez psíquica y emocional? El famoso escritor
inglés C.S. Lewis sostiene en alguna de sus obras que el sufrimiento es como el
cincel que utiliza Dios para irnos moldeando, para hacernos mejores (CS Lewis, El
problema del dolor, Rialp, Madrid 1999).
En todos los
tiempos y en todas las culturas encontramos proverbios que destacan el valor
educativo del sufrimiento. Ciertamente, cuando alguien es capaz de enfrentarse
al sufrimiento y de superarse, midiéndose con la dificultad, puede obtener algún
beneficio de la prueba a la que se ha visto sometido. En este sentido se han
pronunciado muchos hombres ilustres: “Hay cosas que no se ven como es debido
hasta que las miran unos ojos que han llorado” (Luis Veuillot). “El hombre es
un aprendiz, el dolor es su maestro, y nadie se conoce hasta que ha sufrido”
(Alfred de Musset). “El hombre se mide cuando se mide con el obstáculo”
(Sain-Exupéry).
Son frases
bonitas, y tienen un punto de razón. Pero hay que reconocer que no producen
ningún consuelo a quien se encuentra sumido en el sufrimiento. En todo caso,
pueden ayudar a quien se ha enfrentado a la dificultad, al fracaso, al dolor, y
lo ha superado.
4. Ahora podríamos preguntarnos, ¿por qué
no creó Dios un mundo sin pecado?
La respuesta a esta pregunta es que eso
fue, precisamente, lo que Dios hizo: en el principio, Dios creó un mundo sin
pecado, tal como nos cuenta el Génesis. Pero el hombre utilizó su libertad para
el mal, para el pecado.
5. Entonces, podemos seguir preguntando,
¿por qué creó Dios un mundo en el que iba a entrar el pecado con tan
desastrosas consecuencias? ¿Por qué no creó Dios un hombre sin libertad para
pecar?
Preguntar
por qué Dios no creó seres humanos sin libertad para pecar es como preguntar
por qué no creó los círculos cuadrados. Un mundo sin libertad sería un mundo
sin seres humanos. La libertad es algo que pertenece a nuestra esencia. No
puede haber seres humanos sin libertad. Si Dios hubiera creado un mundo sin
libertad, ese sería un mundo sin odio, pero también sin amor; un mundo sin
pecado, y también sin virtud; un mundo sin sufrimiento, pero también un mundo
sin alegría. Dios nos ha dado una voluntad libre para que podamos amar, a Él y
a los demás hombres, porque sin libertad no puede haber amor, sólo puede
haber necesidad. El amor, para ser tal, tiene que ser voluntario.
Claro que,
al crearnos libres Dios corría el riesgo de que el hombre utilizara su libertad
no para amarle, sino para apartarse de Él; no para hacer el bien, sino para
hacer el mal. En ese sentido, podemos decir que el pecado es el precio del
amor. Desde el momento en que Dios decide crear al ser humano, racional y
libre, estaba asumiendo la posibilidad de que el hombre pecara. ¿Por qué?
Porque, Dios es de tal modo bueno y poderoso que puede sacar bien del mismo
mal.
6. ¿Cómo puede Dios sacar bien incluso del
mal?
Ofreciéndonos
su ayuda para obtener bienes superiores de todo el mal que padecemos (aunque no
por esto el mal se convierte en un bien) Ahora bien, esto no equivale a
concebir la Providencia de Dios no como un plan que está colgando sobre
nuestras cabezas, como un destino inexorable. La Providencia divina es una
presencia, una compañía ofrecida al hombre. Presupone, por lo tanto, la entrega
del hombre, su confianza y abandono en las suaves manos de Dios.
Claro, que el
hombre puede admitir esa compañía, esa ayuda de Dios en su vida, o puede
rechazarla. Dios no nos coacciona, no nos fuerza. Dios nos ofrece su ayuda,
pero no nos la impone. Dios actúa con suma delicadeza: actúa amándonos,
inspirándonos, hablándonos al oído, suscitándonos ideas y sentimientos,
inclinando nuestra voluntad, atrayéndonos hacia sí. A veces Dios interviene en
nuestra vida de forma misteriosa y nos cuesta reconocer el modo en que nos ha
ido guiando. Otras veces podemos reconocer su intervención a través de las
personas que va poniendo en nuestro camino, de los talentos que recibimos, a
través de los acontecimientos que nos van sucediendo, de las inquietudes que
despierta en nosotros.
De ello nos
ofrece algunos ejemplos la Biblia, en la historia de José, de Moisés y de
Tobías. Y también podemos encontrar ejemplos impresionantes en la vida de
grandes santos, como San Ignacio de Loyola, que resultó herido en el asedio de
Pamplona y su forzado reposo le permitió leer una serie de libros de
espiritualidad que provocaron en él un cambio radical de vida. Un caso similar
es el de San Francisco de Asís, que fue hecho prisionero y encarcelado en
Perusa a la edad de veinte años, lo cual le permitió revisar toda su vida,
hasta entonces vacía y superficial, y convertirse en uno de los santos más
grandes de la historia de la Iglesia. Una herida de bala y una estancia
obligada en la cárcel son, indudablemente, un mal. Pero Dios estaba allí para
ayudar a estos dos hombres a aprovechar esos momentos de dolor y conducirles a
la obtención de un bien superior.
7. Entonces, ¿qué implica creer en la
Providencia divina?
Creer en la
Providencia equivale a vivir siempre confiado en Dios, sabiendo que estamos en
sus manos, que nada ocurre sin que Él lo permita y que, siendo como es el Sumo
Bien, todo va a redundar en beneficio nuestro. Creer en la Providencia equivale
a creer que el amor de Dios no se deja vencer por el mal, sino que, “vence con
el bien al mal” (Rom 12,21).
Así, cuando
una persona cae enferma, los médicos tratarán de hallar la causa de dicha
enfermedad, que podrá ser un virus, una bacteria, el mal funcionamiento de un
órgano, o lo que sea. Pero lo que no se les ocurrirá decir es que Dios es el
causante de la enfermedad. Cuando alguien se mata en un accidente de coche, la
causa puede haber sido un fallo mecánico, un perro que se cruzó en la carretera
o una placa de hielo. Lo que no podemos pensar es que Dios puso ahí esa placa
de hielo o ese perro para que el coche se estrellara, ni que estuvo manipulando
el motor la noche anterior. De la misma manera, ante una desgracia cualquiera,
un cristiano no puede pensar que Dios es la causa de ese sufrimiento. Lo que el
cristiano debe saber y sentir es que si Dios ha permitido ese dolor o esa
desgracia, es porque va a sacar de ahí un bien superior.
De manera
que el significado de la Providencia de Dios en el mundo se manifiesta
verdaderamente cuando promueve y extrae el bien de todas las formas de mal
existentes en el mundo y en el hombre. Este es el contenido fundamental del
mensaje salvador de Cristo:
8. Entonces, ¿cuál debe ser la actitud del
cristiano ante el dolor y el sufrimiento?
El cristiano
tiene la obligación de esforzarse por construir un mundo mejor, en el que
reinen la justicia y el amor. La confianza absoluta que debemos tener en Dios
no nos dispensa nunca de obrar. La afirmación bíblica de la Providencia
universal de Dios no puede degenerar en fatalismo ni en apatía, pues la Biblia
afirma reiteradamente que Dios ha creado a los hombres libres y que tenemos el
deber de usar bien esa libertad.
Por eso, en
la visión cristiana, la historia es obra conjunta de la Providencia de Dios y
de la libertad del hombre: Dios crea el mundo y actúa en él mediante su
Providencia; y el hombre con su inteligencia y su libertad debe colaborar con
Dios en la perfección del mundo. El cristiano no puede desentenderse de las
realidades mundanas, no puede quedarse “pasmado mirando al cielo”, porque tiene
un compromiso en la perfección del mundo.
9. Pero, seguimos preguntando ¿qué hace
Dios ante la realidad del sufrimiento?
Si miramos a
Dios buscando una respuesta ante tanto sufrimiento nos encontraremos con que la
respuesta de Dios es Jesucristo en la cruz. Esa es la respuesta desconcertante
de Dios. En la cruz nos encontramos con Cristo desfigurado, roto de dolor,
desgarrado, rechazado por todos, maldecido por los hombres: pero sin dejar de
amarlos. En la cruz encontramos a Dios que hace suyo nuestro dolor y no nos
deja solos en la noche oscura del sufrimiento. Si el misterio del mal es
indescifrable, el del amor de Dios lo es más todavía. Desde la cruz Cristo nos
revela la locura de su amor y nos invita a volver a la casa del Padre, y
sabemos que el Padre está esperándonos con los brazos abiertos.
Cristo no ha
venido a suprimir el sufrimiento, ni a explicarlo: lo que ha hecho ha sido
darle un sentido nuevo. Asumiendo el dolor y el sufrimiento, compartiéndolo con
los hombres, lo ha convertido en misterio de salvación. La fe en el sacrificio
de Cristo en la cruz es la única respuesta válida al problema del mal. Mejor
dicho, no es la respuesta sino la “buena noticia”: el amor triunfa sobre el
mal. Cristo ha venido al mundo para salvarnos, para librarnos del pecado.
Cristo puede hacernos superar nuestras miserias, nuestros egoísmos, nuestras
envidias, en definitiva, puede hacer que los hombres dejemos de hacernos el mal
unos a otros. El cristianismo, por tanto, no puede suprimir el dolor ni el
sufrimiento en esta vida, sólo puede, mirando a la cruz, llenarlo de sentido.
10. ¿Resignación? o ¿Esperanza?
Por otra
parte, sabemos que los sufrimientos de esta vida se acabarán y que en el
mundo futuro que Dios nos tiene prometido, “pondrá su morada entre ellos y
ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda
lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni
fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21,3-4).
Ahora bien,
todo esto no nos puede llevar a una actitud de mera resignación. En el
Evangelio no encontramos ni resignación ni conformismo. El Evangelio enseña
que el mal puede ser vencido con el bien y, por tanto, no levanta la bandera de
la resignación sino la bandera de la esperanza. Como decía Martín Descalzo
que “no hay que confundir resignación con aceptación serena de la realidad,
siempre que se entienda que la realidad no es una piedra para sentarse en ella
a llorar, sino un trampolín en el que hay que apoyar bien los pies para saltar
constantemente hacia otra realidad mejor. La resignación pasiva es un suicidio
diario. La aceptación cristiana es el esfuerzo diario por levantarse tras un
tropezón” (Martín Descalzo, Razones para el amor. Atenas, Madrid 1996.
La actitud
del cristiano ante el dolor y el sufrimiento debe consistir en luchar por
superarlo y, cuando no es posible, asociarlo al sufrimiento de Cristo en la
cruz y vivirlo como una experiencia salvífica y de plenitud.
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