sábado, 1 de febrero de 2014

Objetivos del Milenio: 2015 se nos ha echado encima

Hace casi 15 años que los gobiernos y las Naciones Unidas prometieron mejorar las condiciones de vida de los más pobres del planeta. En materia de salud, plantearon ambiciosas reducciones de la mortalidad infantil y materna, el hambre y la desnutrición, la propagación del VIH, la tuberculosis, la malaria... Se diría que 2015 se nos ha echado encima: tras lo que ha parecido un comienzo de siglo larguísimo, marcado en la escena internacional por la guerra contra el terrorismo y la crisis económica mundial, nos acercamos ya vertiginosamente a la meta marcada para lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).
Los últimos informes de la ONU confirman avances en la lucha contra el hambre: la proporción de seres humanos que no consiguen cubrir sus necesidades nutricionales mínimas ha pasado del 23% en 1990 al 15% en 2012; no es la reducción a la mitad prometida, pero es cierto que aún queda más de un año. También es brutalmente cierto que ese 15% de la población mundial son demasiados millones de seres humanos. El hecho de que en el siglo XXI sigan muriendo miles de personas de hambre es en sí radicalmente inaceptable.

La mortalidad en niños menores de cinco años se ha reducido a casi la mitad: tampoco es la reducción prometida, del 65%... pero sí, aún queda más de un año. En cuanto a la mortalidad materna, se ha reducido casi a la mitad, muy lejos del 75% prometido; aquí sí que nos hemos quedado sin tiempo. Al igual que con el hambre, los avances en la disminución de la mortalidad infantil y materna no pueden enmascarar que, incluso si se hubieran cumplido los Objetivos, estaríamos hablando de millones de muertes evitables y por tanto radicalmente inaceptables.
En muchos países en desarrollo, la lucha por alcanzar los ODM de salud ha sido encarnizada, y se han logrado muchos y esperanzadores avances. Pero no ha sido suficiente: incluso en lugares no afectados por la guerra o la violencia, las precarias condiciones de vida y las enfermedades evitables y tratables siguen cobrándose un número de víctimas terriblemente alto, inaceptablemente alto. La situación sólo puede tratarse como una crisis aguda que requiere una respuesta urgente y masiva, más allá de cualquier meta. Y esa respuesta requerirá liderazgo político y más apoyo económico.
¿Qué está pasando, por ejemplo, con la cobertura vacunal? Uno de cada cinco niños se queda sin recibir el paquete básico de vacunas para protegerse de las enfermedades de la infancia que más vidas se cobran: más de 22 millones de niños desprotegidos en 2012. Las vacunas con las que contamos actualmente son difíciles de utilizar en zonas remotas o rurales -por no hablar de los contextos de conflicto u otras crisis-, ya que requieren refrigeración para su transporte y almacenaje, así como profesionales sanitarios cualificados para administrarlas. Sumado a esto, el coste de vacunar a un niño se ha disparado en los últimos 10 años: cuesta un 2.700% más, sobre todo debido al elevado precio de las dos nuevas contra el neumococo y el rotavirus. En el mejor de los casos, nos colocamos en casi 40 euros por niño, mínimo.
¿Y la tuberculosis? Desde 1995, se han salvado 20 millones de personas gracias al tratamiento, pero esta enfermedad sigue segando casi millón y medio de vidas cada año. Es la principal causa de muerte de los pacientes de VIH, y sin embargo es una de las grandes olvidadas: la Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de alertar de que, cada año, unos tres millones de personas infectadas con el bacilo no son diagnosticadas y por tanto tampoco tratadas. Y la situación se agrava ya que las formas resistentes a los medicamentos no dejan de propagarse. Desgraciadamente, los métodos de diagnóstico y tratamiento existentes, anticuados y demasiado caros, no están a la altura de la urgencia, y además llegan a muy pocos: de los 500.000 pacientes de TB multirresistente, sólo un 5% tiene acceso a un diagnóstico adecuado: el resto no serán diagnosticados correctamente y por tanto tampoco recibirán el tratamiento adecuado hasta que, quizás, sea demasiado tarde.
A pesar de los grandes avances conseguidos en la lucha contra el hambre, las crisis alimentarias siguen azotando año tras año a muchos países del Sahel; en Níger, por ejemplo, la desnutrición es endémica y, en 2012, casi 370.000 niños en riesgo de morir por desnutrición aguda severa tuvieron que recibir tratamiento y en Somalia se calcula que casi 260.000 personas murieron a consecuencia de la hambruna de 2011, la mitad de ellas niños menores de 5 años. Y en cuanto a enfermedades infecciosas, hay países como Lesoto o Suazilandia donde más de una quinta parte de la población adulta es VIH-positiva y cada año se cuentan por miles las víctimas de una enfermedad que es prevenible y tratable.
El VIH y el papel de la UE
El control de la pandemia de VIH/sida es determinante. La ONU cree que podrán conseguirse los objetivos establecidos: la última década ha sido de avances alentadores, y la cifra de nuevas infecciones no deja de reducirse. El progreso más destacado es que casi 10 millones de personas han salvado la vida gracias a los antirretrovirales. El tratamiento de estos pacientes, además, reduce casi a cero la posibilidad de que transmitan el virus a otras personas. También hay cada vez más mujeres embarazadas recibiendo el tratamiento que previene que transmitan el virus a sus hijos.
Además, los precios de los tratamientos de primera línea se han reducido drásticamente, y se están extendiendo mejores estándares clínicos, basados en el tratamiento precoz y en la dispensación de mejores terapias. Por primera vez en más de 30 años, y sin ánimo de dejarnos atrapar por la utopía, podemos pensar en pararle los pies a la pandemia: en frenar el ritmo de infecciones al tiempo que incrementamos el de personas en tratamiento.
Éste aún debe llegar a 16 millones de personas. Éste es un enorme desafío: queda muchísimo por hacer. La Unión Europea tiene un papel destacado que desempeñar, ejerciendo un mayor liderazgo en el apoyo al Fondo Mundial para la Lucha contra el Sida, la Malaria y la Tuberculosis. No se trata sólo de que sus Estados miembros mantengan o incrementen sus aportaciones (o las reanuden, como en el caso de España, que ha pasado de ser uno de los cuatro o cinco principales donantes del Fondo a no aportar ni un euro): la UE ya es uno de los principales donantes del Fondo, y, como tal, tiene el poder de asegurarse que esta institución sea todo lo ambiciosa posible.
En la lucha contra el sida, las estrategias de descentralización del tratamiento se han demostrado eficacísimas: se trata de acercar el diagnóstico y tratamiento al paciente, esto es, trasladarlos al nivel comunitario, e imitar el modelo de la atención a los pacientes crónicos en los países desarrollados. Se trata de facilitarle la vida al paciente y aliviar la carga de los sistemas de salud. Debe apostarse por estrategias que ya están dando muy buenos resultados, como el traspaso de tareas desde el personal médico al personal de enfermería, y dedicar fondos al fortalecimiento del staff sanitario. La UE no sólo puede animar al Fondo a reforzar estas líneas de financiación: puede hacerlo por sí misma en sus programas de ayuda directa.
Además, Bruselas debe dar también muestras de responsabilidad en sus políticas comerciales. El hecho es que, en estos momentos, una de las amenazas más graves que se ciernen sobre la disponibilidad de antirretrovirales a precio asequible para los pacientes en los países pobres es el Tratado de Libre Comercio (TLC) que la UE está negociando con India. Aunque las negociaciones se han desarrollado a puerta cerrada, nos consta que Bruselas presiona agresivamente para forzar la inclusión de disposiciones que socavarían la capacidad de India de producir y exportar medicamentos genéricos.
En la actualidad, más del 80% de los antirretrovirales dispensados por los programas financiados por los
donantes internacionales proceden de productores genéricos indios. Estos medicamentos llevan años en el punto de mira de las industrias farmacéuticas europea y estadounidense. Desde que las negociaciones del TLC comenzaron en 2007, los grupos de defensa de la salud pública han conseguido que fueran descartadas disposiciones muy dañinas, como las ampliaciones de las patentes. Pero siguen negociándose otras muy preocupantes, por ejemplo medidas coercitivas que podrían conducir a la prohibición de exportar genéricos indios a países en desarrollo sobre la mera alegación de una infracción de patente.
Así, podría darse el caso de que una organización como Médicos Sin Fronteras fuera encausada por el simple hecho de comprar o utilizar estos medicamentos. No parece que las disposiciones que Bruselas intenta incluir en el TLC encajen demasiado bien con el ODM8, el que habla de "fomentar una alianza mundial para el desarrollo", "atender las necesidades especiales de los países menos adelantados", y sobre todo de, "en cooperación con las empresas farmacéuticas, proporcionar acceso a medicamentos esenciales en los países en desarrollo a precios asequibles".
Cada meta no cumplida o soslayada son vidas que perdemos. En los Objetivos relacionados con la salud global, queda un largo camino por recorrer, y cada frío indicador es una emergencia que necesita una respuesta urgente. Hablamos de lograr estándares mínimos, decentes, para los millones de personas que sufren y mueren por enfermedades que son prevenibles, tratables o curables. Las metas fijadas en los ODM ya suponen un triste esfuerzo de realismo que sigue aceptando muchas muertes por hambre, o por enfermedades tan tratables como la diarrea o la neumonía. ¿Es que no vamos a llegar ni tan siquiera allí?
El 2015 casi se nos echa encima: estamos justo a tiempo de llegar donde nos proponíamos con un buen esfuerzo final. ¿Seremos capaces? ¿Se decidirán, quienes tienen en sus manos el liderazgo de las iniciativas políticas que pueden hacer realidad estas aspiraciones, a que simplemente se cumplan los compromisos adquiridos? ¿O su indiferencia va a costarnos a todos los seres humanos del mundo la pérdida injustificada de tantos de nosotros? A estas alturas, la decisión final está en sus manos.
José Antonio Bastos es presidente de Médicos Sin Fronteras
Fuente: elmundo.es

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