Interesante artículo de Jaime Loring publicado en el Diario Córdoba.
La muerte
de Jesús no fue el final. Su voz ya no se escuchaba en la explanada del Templo.
Los sacerdotes podían disfrutar de una tranquilidad y de una estabilidad que
durante tres años les había perturbado el profeta del Norte. Pensaron que aquel
hombre era un peligro público, decidieron callar su voz para siempre, y al
parecer lo habían conseguido. Sin embargo, apenas terminados los graves
acontecimientos del Viernes, empiezan las reacciones de unos y otros, con un
sentido bastante contradictorio. Los que recuerdan que Jesús había hablado de
su resurrección son precisamente los que habían buscado insistentemente su
muerte: los miembros del sanedrín. "Señor --dicen a Pilatos-- recordamos
que ese impostor dijo cuando vivía, que a los tres días resucitaría. Manda que
quede asegurado el sepulcro no sea que vengan los discípulos y roben el cuerpo.
La última impostura será peor que la primera" (Mt 17 62-64).
En cambio, sus discípulos, piensan que todo ha terminado, olvidan el anuncio de Jesús, y o bien comienza la dispersión (Lc 24 13), o se refugian en la clandestinidad (Jn 20 19) para pasar los primeros momentos, y dispersarse más tarde. No parece que se tomen en serio las primeras noticias sobre la resurrección: "estas palabras --apunta Lucas-- les parecían desatinos, y no las creían" (Lc 24 11). Quizás el único que el sábado continúa coherente con la actitud mantenida el viernes es Pilatos, el ateo. Sigue manteniendo la misma actitud de neutralidad agnóstica que había mantenido desde el principio. Ni el viernes lograron convencerlo de que Jesús fuera un delincuente, ni el sábado logran preocuparle con el tema de su posible resurrección. Pragmático y realista, lo único que había visto en todo aquel affaire eran las implicaciones que podía tener sobre su carrera política (Jn 19 12). Intentó inicialmente ser consecuente con los principios jurídicos del gobierno central que representaba, pero finalmente el pragmatismo político se impuso sobre el respeto a los derechos humanos.
La actitud de los apóstoles empieza a cambiar rápidamente. El primer dato fue el descubrimiento del sepulcro vacío; inmediatamente, a continuación, las apariciones y encuentros con Jesús resucitado. Estas se verifican en escenarios diferentes, y se corresponden con tipologías que no son uniformes: el encuentro místico con María Magdalena (Jn 20 11-18), la catequesis teológica con los de Emaús (Lc 24 27), las instrucciones de alcance fundacional a los apóstoles (Jn 20 19-23), el encuentro bucólico de un desayuno en la playa (Jn 21 1-14), la pedagogía de la fe con Tomás (Jn 21 1-14). Cada una de estas apariciones está llena de un contenido teológico. Son algo más que una mera aparición, donde se subraye el aspecto milagroso. Tienen el carácter de enseñanza sobre los contenidos de la fe.
Las apariciones de Jesús resucitado en el evangelio están muy lejos del estilo de otras apariciones a que nos tienen acostumbrados personas que dicen haber visto a Dios, a la Virgen o a los Santos. No tienen nada que ver con los mensajes amedrentadores que suelen transmitir gran parte de visionarios de calidad espiritual a veces dudosa. Los relatos de las apariciones de Jesús, tal como se contienen en los evangelios, tienen un carácter completamente distinto. El carácter predominante es su contenido doctrinal, y su función pacificadora del espíritu. Las manifestaciones de Jesús a los apóstoles contienen partes sustanciales de la teología católica: el primado del Papa (Jn 21 15-19), el sacramento de la confesión (Jn 20 23), el sacramento del bautismo (Mt 28 19), la universalidad de la Iglesia (Mr 16 15), la venida del Espíritu Santo (Lc 24 49). El estilo de estas apariciones tiene un carácter pedagógico, doctrinal, de confirmación en la fe.
Los relatos evangélicos de la resurrección tienen una doble dimensión: por una parte tienen un aspecto argumental o probatorio. Los apóstoles tuvieron, gracias a ellas, la conciencia personal de que Jesús vivía. Posteriormente darán testimonio de su propia experiencia. Aportarán su vivencia de los hechos como testimonio de que Jesús está vivo. En segundo lugar, más allá de lo que es una experiencia personal, incluyen un contenido doctrinal que representa un avance sustancial en el conocimiento del pensamiento de Jesús. Es este carácter fundacional lo esencial de los relatos de las apariciones de Jesús resucitado.
Estos relatos no tienen como objetivo subrayar la excepcionalidad a las leyes de la fisiología o de la física. La clave de su lectura no es lo "milagroso" del suceso relatado, sino la fundamentación de la convicción y el testimonio que los apóstoles aportarán, y el enriquecimiento doctrinal.
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