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Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz
1. Un deseo de paz
Paz a todas las personas y a todas las naciones
de la tierra. La paz, que los ángeles anunciaron a los pastores en la noche de
Navidad, es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los
pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia, y a los que
tengo presentes en mi recuerdo y en mi oración. De entre ellos quisiera
recordar a los más de 250 millones de migrantes en el mundo, de los que 22
millones y medio son refugiados. Estos últimos, como afirmó mi querido
predecesor Benedicto XVI, «son hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que
buscan un lugar donde vivir en paz». Para encontrarlo, muchos de ellos están
dispuestos a arriesgar sus vidas a través de un viaje que, en la mayoría de los
casos, es largo y peligroso; están dispuestos a soportar el cansancio y el
sufrimiento, a afrontar las alambradas y los muros que se alzan para alejarlos
de su destino.
Con espíritu de misericordia, abrazamos a todos
los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su
tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la
degradación ambiental.
Somos conscientes de que no es suficiente sentir
en nuestro corazón el sufrimiento de los demás. Habrá que trabajar mucho antes
de que nuestros hermanos y hermanas puedan empezar de nuevo a vivir en paz, en
un hogar seguro. Acoger al otro exige un compromiso concreto, una cadena de
ayuda y de generosidad, una atención vigilante y comprensiva, la gestión
responsable de nuevas y complejas situaciones que, en ocasiones, se añaden a
los numerosos problemas ya existentes, así como a unos recursos que siempre son
limitados. El ejercicio de la virtud de la prudencia es necesaria para que los
gobernantes sepan acoger, promover, proteger e integrar, estableciendo medidas
prácticas que, «respetando el recto orden de los valores, ofrezcan al ciudadano
la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu». Tienen una
responsabilidad concreta con respecto a sus comunidades, a las que deben
garantizar los derechos que les corresponden en justicia y un desarrollo
armónico, para no ser como el constructor necio que hizo mal sus cálculos y no
consiguió terminar la torre que había comenzado a construir.
2. ¿Por qué hay tantos refugiados y migrantes?
Ante el Gran Jubileo por los 2000 años del
anuncio de paz de los ángeles en Belén, san Juan Pablo II incluyó el número
creciente de desplazados entre las consecuencias de «una interminable y
horrenda serie de guerras, conflictos, genocidios, “limpiezas étnicas”», que
habían marcado el siglo XX. En el nuevo siglo no se ha producido aún un cambio
profundo de sentido: los conflictos armados y otras formas de violencia
organizada siguen provocando el desplazamiento de la población dentro y fuera
de las fronteras nacionales.
Pero las personas también migran por otras
razones, ante todo por «el anhelo de una vida mejor, a lo que se une en muchas
ocasiones el deseo de querer dejar atrás la “desesperación” de un futuro
imposible de construir». Se ponen en camino para reunirse con sus familias,
para encontrar mejores oportunidades de trabajo o de educación: quien no puede
disfrutar de estos derechos, no puede vivir en paz. Además, como he subrayado
en la Encíclica Laudato si’, «es trágico el aumento de los migrantes
huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental».
La mayoría emigra siguiendo un procedimiento
regulado, mientras que otros se ven forzados a tomar otras vías, sobre todo a
causa de la desesperación, cuando su patria no les ofrece seguridad y
oportunidades, y toda vía legal parece imposible, bloqueada o demasiado lenta.
En muchos países de destino se ha difundido
ampliamente una retórica que enfatiza los riesgos para la seguridad nacional o
el coste de la acogida de los que llegan, despreciando así la dignidad humana
que se les ha de reconocer a todos, en cuanto que son hijos e hijas de Dios.
Los que fomentan el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines
políticos, en lugar de construir la paz siembran violencia, discriminación
racial y xenofobia, que son fuente de gran preocupación para todos aquellos que
se toman en serio la protección de cada ser humano.
Todos los datos de que dispone la comunidad
internacional indican que las migraciones globales seguirán marcando nuestro futuro.
Algunos las consideran una amenaza. Os invito, al contrario, a contemplarlas
con una mirada llena de confianza, como una oportunidad para construir un
futuro de paz.
3. Una mirada contemplativa
La sabiduría de la fe alimenta esta mirada, capaz
de reconocer que todos, «tanto emigrantes como poblaciones locales que los
acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a
gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la
doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el
compartir». Estas palabras nos remiten a la imagen de la nueva Jerusalén. El
libro del profeta Isaías (cap. 60) y el Apocalipsis (cap. 21) la describen como
una ciudad con las puertas siempre abiertas, para dejar entrar a personas de
todas las naciones, que la admiran y la colman de riquezas. La paz es el
gobernante que la guía y la justicia el principio que rige la convivencia entre
todos dentro de ella.
Necesitamos ver también la ciudad donde vivimos
con esta mirada contemplativa, «esto es, una mirada de fe que descubra al Dios
que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas [promoviendo] la
solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia»; en
otras palabras, realizando la promesa de la paz.
Observando a los migrantes y a los refugiados,
esta mirada sabe descubrir que no llegan con las manos vacías: traen consigo la
riqueza de su valentía, su capacidad, sus energías y sus aspiraciones, y por
supuesto los tesoros de su propia cultura, enriqueciendo así la vida de las
naciones que los acogen. Esta mirada sabe también descubrir la creatividad, la
tenacidad y el espíritu de sacrificio de incontables personas, familias y
comunidades que, en todos los rincones del mundo, abren sus puertas y sus
corazones a los migrantes y refugiados, incluso cuando los recursos no son
abundantes.
Por último, esta mirada contemplativa sabe guiar
el discernimiento de los responsables del bien público, con el fin de impulsar
las políticas de acogida al máximo de lo que «permita el verdadero bien de su
comunidad», es decir, teniendo en cuenta las exigencias de todos los miembros
de la única familia humana y del bien de cada uno de ellos.
Quienes se dejan guiar por esta mirada serán
capaces de reconocer los renuevos de paz que están ya brotando y de favorecer
su crecimiento. Transformarán en talleres de paz nuestras ciudades, a menudo
divididas y polarizadas por conflictos que están relacionados precisamente con
la presencia de migrantes y refugiados.
4. Cuatro piedras angulares para la acción
Para ofrecer a los solicitantes de asilo, a los
refugiados, a los inmigrantes y a las víctimas de la trata de seres humanos una
posibilidad de encontrar la paz que buscan, se requiere una estrategia que
conjugue cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar.
«Acoger» recuerda la exigencia de ampliar las
posibilidades de entrada legal, no expulsar a los desplazados y a los
inmigrantes a lugares donde les espera la persecución y la violencia, y
equilibrar la preocupación por la seguridad nacional con la protección de los
derechos humanos fundamentales. La Escritura nos recuerda: «No olvidéis la
hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles».
«Proteger» nos recuerda el deber de reconocer y
de garantizar la dignidad inviolable de los que huyen de un peligro real en
busca de asilo y seguridad, evitando su explotación. En particular, pienso en
las mujeres y en los niños expuestos a situaciones de riesgo y de abusos que
llegan a convertirles en esclavos. Dios no hace discriminación: «El Señor
guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda».
«Promover» tiene que ver con apoyar el desarrollo
humano integral de los migrantes y refugiados. Entre los muchos instrumentos
que pueden ayudar a esta tarea, deseo subrayar la importancia que tiene el
garantizar a los niños y a los jóvenes el acceso a todos los niveles de
educación: de esta manera, no sólo podrán cultivar y sacar el máximo provecho
de sus capacidades, sino que también estarán más preparados para salir al
encuentro del otro, cultivando un espíritu de diálogo en vez de clausura y
enfrentamiento. La Biblia nos enseña que Dios «ama al emigrante, dándole pan y
vestido»; por eso nos exhorta: «Amaréis al emigrante, porque emigrantes
fuisteis en Egipto».
Por último, «integrar» significa trabajar para
que los refugiados y los migrantes participen plenamente en la vida de la
sociedad que les acoge, en una dinámica de enriquecimiento mutuo y de
colaboración fecunda, promoviendo el desarrollo humano integral de las
comunidades locales. Como escribe san Pablo: «Así pues, ya no sois extraños ni
forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios».
5. Una propuesta para dos Pactos
internacionales
Deseo de todo corazón que este espíritu anime el
proceso que, durante todo el año 2018, llevará a la definición y aprobación por
parte de las Naciones Unidas de dos pactos mundiales: uno, para una migración
segura, ordenada y regulada, y otro, sobre refugiados. En cuanto acuerdos
adoptados a nivel mundial, estos pactos constituirán un marco de referencia
para desarrollar propuestas políticas y poner en práctica medidas concretas.
Por esta razón, es importante que estén inspirados por la compasión, la visión
de futuro y la valentía, con el fin de aprovechar cualquier ocasión que permita
avanzar en la construcción de la paz: sólo así el necesario realismo de la
política internacional no se verá derrotado por el cinismo y la globalización
de la indiferencia.
El diálogo y la coordinación constituyen, en
efecto, una necesidad y un deber específicos de la comunidad internacional. Más
allá de las fronteras nacionales, es posible que países menos ricos puedan
acoger a un mayor número de refugiados, o acogerles mejor, si la cooperación
internacional les garantiza la disponibilidad de los fondos necesarios.
La Sección para los Migrantes y Refugiados del
Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral sugiere 20 puntos
de acción como pistas concretas para la aplicación de estos cuatro verbos en
las políticas públicas, además de la actitud y la acción de las comunidades
cristianas. Estas y otras aportaciones pretenden manifestar el interés de la
Iglesia católica al proceso que llevará a la adopción de los pactos mundiales
de las Naciones Unidas. Este interés confirma una solicitud pastoral más
general, que nace con la Iglesia y continúa hasta nuestros días a través de sus
múltiples actividades.
6. Por nuestra casa común
Las palabras de san Juan Pablo II nos alientan:
«Si son muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y si se valora
la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede
transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente
en “casa común”». A lo largo de la historia, muchos han creído en este «sueño»
y los que lo han realizado dan testimonio de que no se trata de una utopía
irrealizable.
Entre ellos, hay que mencionar a santa Francisca
Javier Cabrini, cuyo centenario de nacimiento para el cielo celebramos este año
2017. Hoy, 13 de noviembre, numerosas comunidades eclesiales celebran su
memoria. Esta pequeña gran mujer, que consagró su vida al servicio de los
migrantes, convirtiéndose más tarde en su patrona celeste, nos enseña cómo
debemos acoger, proteger, promover e integrar a nuestros hermanos y hermanas. Que,
por su intercesión, el Señor nos conceda a todos experimentar que los «frutos
de justicia se siembran en la paz para quienes trabajan por la paz»
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