sábado, 19 de mayo de 2012
María en Mayo
MAYO, UN MES PARA MARÍA
José-Román Flecha Andrés- Diario de León
Muchos países del hemisferio norte dedican el mes de mayo a Santa María. Esta vez esta devoción popular retornó precisamente a los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II. Es bueno recordar ahora aquel momento eclesial. «Re-cordar» es pasar la historia por el filtro del corazón. Y de todo corazón evocamos el puesto que Santa María ocupó en la reflexión del Concilio.
Como se sabe, en el siglo V, el Concilio de Éfeso llamó a María con el título de «Madre de Dios», que hemos incorporado a la oración del Ave María. El Concilio Vaticano II, en el siglo XX, la reconoce como Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los creyentes. Es interesante comprobar cómo nos lleva a meditar los acontecimientos principales de su vida.
• En su Concepción Inmaculada, María revela el amor gratuito de Dios y la grandeza de Jesús, «la vida misma que renueva todas las cosas».
• En su Anunciación acepta la palabra divina, abraza la voluntad de Dios y se consagra a sí misma, como esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo.
• En su visita a su pariente Isabel, María es proclamada bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida por Dios.
• En el nacimiento de Jesús en Belén, María, llena de alegría, muestra su Hijo a los pastores y a los Magos.
• En la presentación de Jesús en el templo, escucha a Simeón que anuncia que ese Hijo será como una bandera disputada y que una espada atravesará el alma de la Madre.
• Con motivo de la pérdida de Jesús, María y José lo buscan con dolor y lo encuentran en el templo, ocupado en las cosas que pertenecen a su Padre.
• En la vida pública de Jesús, su Madre aparece en las bodas de Caná, movida a misericordia, y más tarde aprende que son bienaventurados los que escuchan y cumplen la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente.
• En la hora del suplicio de Jesús, María mantiene fielmente la unión con su Hijo hasta la en la Cruz, y es dada como Madre al discípulo amado.
• En la espera pentecostal del Espíritu, María persevera en oración con los apóstoles y con la pequeña comunidad de discípulos de Jesús.
• Finalmente, terminado el curso de la vida terrena, María fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo.
Es éste un decálogo que conocemos. Pero el Concilio Vaticano II ofrece con él un itinerario de meditación sobre María y sobre la vocación cristiana.
Según el Concilio, María es nuestra madre y nuestra hermana. «Está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza» (LG 53).
María forma parte de nuestra familia, a la que enaltece por su elección. Es para la Iglesia un prototipo especial y es para todos nosotros un espléndido y cercano modelo de fe, de esperanza y de caridad.
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